lunes, 18 de marzo de 2013

La culpa: la causa del síntoma





Había una vez un lugar muy hermoso llamado Paraíso, en donde el Dios creador esculpió a Adán y a Eva a su imagen y semejanza para que formen una gran civilización; sin embargo, nunca les dijo que no comieran el fruto prohibido. Hoy en día viven tranquilos sin nada de qué arrepentirse.

La mente humana funciona de un modo arquetípico, esto quiere decir que su conducta sigue un patrón o modelo universal. En este caso me refiero al modelo de castigo y recompensa.
Nuestra vida se rige en función de un determinado sistema de creencias. Este incluye toda la gama de conocimientos que hemos adquirido y cómo construimos un agente moral que va a determinar qué es bueno y qué es malo (nada es bueno o malo por naturaleza).
Un sistema de creencias es heredado, ya que se construye sobre todo a nivel cultural, sin embargo, cada familia o grupo de pares lo moldea haciéndolo más particular y finalmente cada uno le agrega detalles según las experiencias que le haya tocado vivir como individuo.

El arquetipo de castigo y recompensa trabaja a nivel neurológico (liberación de neurotransmisores) y regula este simple principio a partir del sistema de creencias: si mi conducta es buena (para mí) me auto-recompenso, y si mi conducta es mala (para mí) me auto-castigo. Vale aclarar que esto se puede manifestar de forma inconsciente. Es probable que nuestra conducta, sin poder percibirlo, tienda a buscar la autodestrucción y se esfuerce por no encontrar la paz y la felicidad debido a alguna culpa presente.

Nuestra sociedad se ha construido (sistema de creencias) en base a la culpa, en parte debido a una mala interpretación del mito bíblico al que hice referencia al comienzo. Este mito trata de explicar el funcionamiento arquetípico de la mente y nosotros interpretamos una amenaza divina de pasar el resto de nuestras vidas en el infierno si hacemos el mal. Un mal que pasó de ser personal-relativo-regulador a ser un mal impuesto por las entidades de poder. Ni siquiera el matar al prójimo puede ser juzgado negativamente, ya que por ejemplo, en el sistema de creencias maya, tolteca o mochica un sacrificio humano es un acto relacionado a la adoración a una divinidad.
Se puede evidenciar este carácter de la sociedad también en aspectos como la crianza, donde se nos implantan amenazas o chantajes, que inconscientemente vamos a interiorizar y por consiguiente toda nuestra vida adulta va a ser un auto-castigo. Las amenazas en esta etapa son de todo tipo, desde un “si no comes…” hasta un destructivo “si te portas mal…” con el cual se nos imposibilita de por vida de ejercer una conducta que creamos fuera de lo socialmente aceptado, sin sentir el pesar y arrepentimiento de alguna instancia de nuestra psique. Ninguno de nosotros puede tomar total consciencia del daño que nos hace, por ejemplo, haber pensado (o seguir pensando) que la sexualidad tiene una connotación negativa. Las consecuencias de esta valoración pueden ser una inconsciente incapacidad de disfrutar el acto sexual, una vinculación cognitiva del acto con eventos desagradables y tristes, impotencia sexual, entre otras.
Del mismo modo el sistema educativo está basado en la expectativa, en asignar valor en función de calificaciones y diferenciar perdedor y ganador según una línea imaginaria y arbitraria. En donde no lograr los objetivos puede significar una gran frustración que puede condicionar la vida del niño. En el caso de que el individuo llegue a hacer una asociación entre él mismo y la derrota, el sentido de culpa puede asegurarse de que su psique busque siempre ser desvalorizado y sometido.

 Sin lugar a dudas todos sentimos culpabilidad por algo y eso afecta nuestro desenvolvimiento. Lo necesario es trascender la culpa. No sometiéndonos a cumplir la expectativa, así estaríamos reprimiendo nuestra inherente pulsión a transgredir lo establecido; sino ampliando nuestro sistema de creencias comprendiendo el lado absurdo y arbitrario de nuestra valoración moral. Comprender, por ejemplo, lo arbitrario que fue en algún momento considerar a las personas zurdas hijas del demonio.
Una vez que se comprende el absurdo, el síntoma desaparece.

viernes, 8 de marzo de 2013

Reflexiones a partir del lenguaje


“El lenguaje no sirve, nunca ha servido, solo nos permite formular cosas que tienen tres, cuatro, cinco, diez, veinticinco sentidos, que el sujeto supuestamente debe saber” (Lacan 1972)


Comencé a indagar en el tema del lenguaje a partir del presupuesto de que antes de adquirir la función simbólica (que se vuelve un fenómeno concreto a partir de los dos años de edad), el neonato no puede todavía separar su concepción del “Yo” de “lo que no soy yo”.
Desarrollar la función o pensamiento simbólico es tener la habilidad de representar una imagen mental en un símbolo arbitrario, ya sea una palabra, o un objeto. El niño será capaz de simular que una caja de cartón es un carro y también podrá agrupar imágenes mentales en categorías; discernir, por ejemplo, entre hombres y mujeres. Vale aclarar que el lenguaje es un sistema simbólico (o semiótico)
Afirmar que el sujeto pre-linguistico no diferencia su autopercepción de lo externo tiene mucho sentido, ya que al no poder agrupar ideas mentales en conceptos, no sería posible atribuir características distintivas al Yo que nos permitan contraponerlo con otra instancia de la realidad física o mental. En otras palabras, al trascender la función simbólica, el Yo y la referencia al objeto (lo que no soy yo) se vuelven una unidad inseparable a la que voy a llamar “presente siendo experimentado por una consciencia” o simplemente “presente”, ya que necesariamente tiene que estar siendo experimentado para poderlo pensar.

El presente, como tal, es una unidad atemporal en el sentido de que jamás tiene contacto con el pasado y el futuro, existe donde sea que una consciencia se esté experimentando a sí misma, y oscila entre el pasado y el futuro solo en la medida de ser el punto de convergencia entre ellos, no como agentes temporales, sino como visualización y experiencia abstracta y relativa en relación a la capacidad mnemotécnica de la mente correspondiente a la consciencia experimentándose. En otras palabras, la consciencia de uno mismo sólo puede existir en el momento presente, al recordar eventos del pasado traemos el pasado al presente (al pensamiento), y del mismo modo al referirnos al futuro imaginamos un presente posterior haciendo el ejercicio de llevarlo al momento actual (a la auto-consciencia).
Por otro lado cabe resaltar que las categorías pasado y futuro son puramente simbólicas, por lo cual un recién nacido no puede realizar referencias temporales; su autoconsciencia radica en la atemporalidad, en el presente cargado de significado abstracto. Esto es coherente con la teoría cognitiva que dice que en los niños casi no existe la brecha entre acción y pensamiento, mientras que un adulto difícilmente tiene la cabeza en lo que está haciendo.

Con lo expuesto anteriormente podemos corroborar la teoría de la psicología del self, que postula que es nuestro autoconcepto el vehículo con el cual nos relacionamos, conocemos y juzgamos el mundo y todo lo externo, así como también la teoría de Jaspers sobre la visión del mundo como causa de los síntomas del cuerpo. Todo esto se debe a que existe una dinámica entre tres agentes cuya separación radica en la perspectiva desde la que son abordados, ya que en esencia, son una misma unidad psíquica: el presente, el yo y la referencia al objeto.

A continuación analizaré el objeto del lenguaje, es decir, sobre qué habla el lenguaje o a qué nos referimos nosotros a través del lenguaje; partiendo de la premisa de que los tres agentes en los que se descompone la unidad psíquica (presente, Yo y referencia al objeto) son uno y el mismo.
Anteriormente mencioné que la autoconsciencia, o la entidad pensante necesariamente habita en el momento presente, del mismo modo para que éste exista tiene que haber un ente consciente inherente al devenir histórico; en otras palabras mientras yo piense, estoy en el presente, y para que el presente exista alguien tiene que estar experimentando alguna unidad del espacio-tiempo.
Al contraponer esta información con la afirmación de que el lenguaje es el vehículo del pensamiento llegamos a la conclusión de que el lenguaje habla en esencia acerca del momento presente; visto desde un punto de vista más amplio, el lenguaje habla de la unidad psíquica que se descompone en presente, Yo y referencia al objeto.

Para hablar acerca de un tema específico, nuestra psique, o nuestra unidad psíquica adopta la forma de la referencia, y la manera de hacerlo es pensar en el objeto del habla; como vimos anteriormente, pensar es traer al presente información almacenada en nuestra memoria, por ejemplo, si pensamos en un carro, nuestra unidad psíquica toma la forma de un carro. Una vez que el objeto es el presente y su inherente autoconsciencia, el carro puede describirse a sí mismo a través de nosotros.
Sin embargo, las ideas no tienen valor vistas desde un nivel semántico  o de significado conceptual, sino únicamente valen mientras traigan consigo una carga emocional o una vibración que radica en lo que cada objeto significa para cada uno. Por ejemplo, la esencia del carro para mí no es un ideal platónico, sino la síntesis de experiencias que he vinculado a un carro en toda mi vida, y cómo eso se traduce en un estado emocional.
En sí, los conceptos simbólicos no representan nada por sí solos, a esto se refería Lacan en la cita del comienzo, el lenguaje es vacío. Sin embargo, no es prescindible, ya que no podríamos asegurar que existimos si no hubiésemos separado simbólicamente el “yo” de “lo que estoy hablando”, recién en ese momento podemos hablar de nosotros mismos, y por lo tanto, existir.